Digamos que al nacer 
nos trenzan con otros
y después
como esos juegos de ingenio,
pasarse la vida
desatando, respirar entre los nudos.
Si lo que evitábamos
todos los días
masticando más fuerte
cerrando los dientes para que
ni un tajo de luz
cambie el rumbo del aire,
los músculos tirantes,
la escena intacta
con un bala cargada
en la punta de la lengua,
y no,
no estamos ahora
más a salvo que entonces.